martes, octubre 24, 2006

El humo se agolpa en el techo de la cabina y baila lentamente en círculos excéntricos, tiñendo de blanco el marrón descolorido de las paredes. El pinchadiscos pasa el dedo por el dial y se sumerge una vez más en la voz de Robert Plant, mientras este le grita a través del tiempo y el espacio, desde la cabina de grabación de Physical Graffitti y a la vez desde las arenas del Sáhara, desde Marruecos a mediados de los años setenta. La persona que le había tartamudeado al teléfono le había pedido la versión de Jane's Addiction pero, ¿cómo podía poner una versión extraña de Kashmir cuando el original descansaba en la mesa recientemente rescatado del rastro? Y, aún más importante: ¿por qué Plant había compuesto en Marruecos una canción llamada "Cachemira"?

La canción termina mientras el pinchadiscos se pregunta cuánta geografía enseñarían en Estados Unidos hace treinta años, y Led Zeppelin vuelven a esconderse dentro del vinilo para desaparecer en el tiempo, tímidamente, sin decir ni adios. La siguiente petición es de una mujer de Madrid. El e-mail le pide que -por favor- ponga una canción dedicada...

- ...A todas aquellas mujeres que no se permiten ser felices por razones abstractas, a todos aquellos hombres que huyen de la felicidad por miedo y aprensión, y al resto del mundo. Es decir, a esos dos que no entran en las categorías anteriores.
La dedicatoria le hace gracia a pesar de que no la comparta, pero asume que a estas horas nunca llamará mucha gente con estados emocionales que él pueda compartir. Comprender, empatizar quizás, pero su capacidad de compartir el dolor ajeno quedó atrás...

Siete años atrás.

La mujer seguramente espera una balada, una canción triste, un blues desgarrado, pero el pinchadiscos sabe que los momentos musicales realmente soberbios vienen, al igual que los culinarios, de la combinación de sabores opuestos. Si la dedicatoria huele a tristeza, melancolía e ironía...

- ¿En qué cajón he escondido el Love Me Do de los Beatles?

martes, febrero 28, 2006

José Luis camina a mi lado.

Me mira, me escucha, da vueltas a mi alrededor. Salta de vez en cuando, como si intentara atrapar mis palabras al vuelo. Le intento explicar qué es una noche azul claro pero creo que no lo está entendiendo. No llega a comprender qué supone tumbarse junto a tí, apagar el sol con nuestros índices y dedicarnos a fumarnos juntos los minutos de la noche que empieza. Le cuento que una noche azul claro es aquella en la que te sientes líquido, aquella en la que fluyes junto a alguien, en la que todo encaja, en la que a cada acción le corresponde una reacción de manera más que instintiva, en la que las cosas ocurren porque así se encuentran escritas desde la noche de los tiempos. La noche en la que no importa el resultado sino el camino que lleva a él. La noche en la que el mundo podría explotar tras las ventanas sin que notáramos poco más que un leve repiqueteo sobre nuestras líquidas superficies. La noche en la que eres una divinidad entre divinidades.

El cachorro ladra enfadado. Quiere que le cuente cosas más simples, más físicas, que baje la cabeza de entre las nubes. No entiende que no puedo, que esa es otra de las características de las noches azul claro: que no puedes nombrarlas sin que surjan del pasado y se superpongan al presente, que no puedes comenzar a recordarlas sin embriagarte en ellas.

Y ahí en la farola veo la curva de tus senos, y veo el asfalto de la calzada retorcerse como las sábanas de la vieja cama del desván, y veo tu sonrisa entre las hojas de los árboles, y tu risa resuena de repente en el letrero de neon del hipermercado. El ladrido de José Luis se convierte en un susurro dulce y de repente todo es azul. Las paredes son azules, el cesped es celeste, las personas son añiles. Y el cielo es azul, azul sonriente, azul hilarante, azul psicotrópico, azul que me guiña el ojo mientras vuelvo a los blancos y negros del presente.

Ahora el perrillo se ha callado, pero yo he empezado a sonreir.

lunes, enero 16, 2006

- Es jodido ser una persona sensible. Tienes suerte de ser tía; si hubieras nacido tío además de ser jodido habría sido mal visto.

El hermano de Cris tenía cinco años más que ella. Lo primero en lo que pensaba cuando alguien le nombraba era en sus ojos tiernos y siempre entrecerrados, como si viviera a caballo entre sueño y vigilia. Tambien lo imaginaba sentado en la silla giratoria de su habitación, de esa especie de templo sagrado al que ella siempre había entrado de puntillas y como con reverencia, donde siempre había sido recibida con una sonrisa y promesa de nuevas historias. De tebeos donde aparecían inmensas narices y bolsas con símbolos de dolar dibujados, de películas sobre personas que cazaban androides y que acababan siendo más artificiales que su presa, de novelas en las que muchachos de ojos completamente azules aceptaban su destino con resignación y dejaban a un lado el amor para convertirse en tiranos de todo el universo conocido, de videojuegos donde el aprendiz de pirata hilaba verbos y objetos para intentar colarse en la mansión de la bella gobernadora, de grupos de música que se formaban y rompían y reformaban, de apariciones luminosas de platillos volantes sobre los cielos de esa misma ciudad. Sentada en la silla plegable mientras los dedos de su hermano pasaban las páginas del libro o repasaban la colección de cintas, la mirada de Cris se solía posar en la pasión que aparecía súbitamente en sus ojos, en la velocidad con que sus labios se movían mientras intentaba transmitirle a su hermana las sutilezas y los pequeños detalles de cada cosa que formaba su mundo. "Tus chorradas", que solía decir ella cada vez que su hermano venía con otra nueva quimera.

Su hermano no era de este mundo, se decía a veces, no podía serlo. Era un ser frágil, volátil, misterioso, atrapado en un lugar que le resultaba erróneo, y que por ello se había limitado a sentarse y a mirar la vida con ojos entrecerrados. A esperar. Mientras tanto tejía historias para ella: cuentos para dormirla cuando había sido bebé, mundos imaginarios poblados por gatos que hablaban cuando se convirtió en niña y veladas en la terraza con una lata de cerveza a medias cuando por fin llegó a ser mujer...

"Adolescente, de mujer nada", habría dicho él. Y habrían emepzado a discutir entre risas, a lanzarse pequeños objetos, él volvería a tratarla como una niña, ella volvería a llamarle idiota, y su madre miraría la puerta del cuarto con su cara impasible. Su hermano decía que los dos habían salido así de trastornados precisamente como reacción a esa cara. "Alguien tiene que llorar y que reirse en esta casa".

Se lo había dicho hacía unas semanas, él sentado en la silla de playa de la terraza y ella sentada en el suelo junto a él, susurrando para no despertar a su familia y mirando el cielo nocturno de la ciudad.
- Es jodido ser una persona sensible. Tienes suerte de ser tía; si hubieras nacido tío además de ser jodido habría sido mal visto. Joder, tambien podríamos tener otra cosa en común, ¿eh?
Ella se había reído. Entonces él la había mirado enigmáticamente y le había dicho:
- Todo se pasa, cariño.
Cris se había sobresaltado, se había sentido súbitamente desnuda y a la vez más arropada que nunca, y en conclusión se había sentido muy triste. Porque ni siquiera ese relámpago de empatía de parte de una de las personas que más quería en el mundo había podido mitigar su soledad.

jueves, diciembre 08, 2005

- Pues vaya salto has dado, tía.
Cris se encoge de hombros y comienza a andar por el porche. Su amiga sacude el paraguas y se pone a su par mientras sigue hablando:
- ¿Te he hecho esperar mucho?
- He llegado aquí a y cuarto, más o menos.
- Va, lo siento. He vuelto a perder el autobús. La foca otra vez.
Cris sonríe y sacude la cabeza. "La foca" es la madre de Mari, una mujer oronda y seria cuyos únicos objetivos vitales son, siempre según su hija, leer libros de autoayuda, poner horarios hasta a los turnos de utilización del cuarto de baño y llamar a su hija Mariana.
- Cómo te pasas. -dice Cris sin perder la sonrisa y mirando de medio lado a su amiga.
- Bah. -Mari esboza una sonrisa culpable mientras se guarda los guantes en el bolso- En unos años será como la profesora de la peli esa rara que vimos el otro día en tu casa.
Cris asiente:
- Donnie Darko.
- Eeeesa. Joder, nunca me acuerdo del nombre. Pues eso, será como la loca de Donnie Darko, la Drew Barrymore no, ¿eh? la otra, la gafas, con sus esquemas de amor y odio colgando por toda la casa, pero en foca. Y sin Patrick Swayze. -Risa de ambas- ¿Te he contado que el otro día trajo a casa publicidad de los realianos esos, o como se llamen? -Cris no se molesta en corregirla- Entra por la puerta, la tía, y deja la propaganda encima de la cocina. Voy yo, como siempre, a ver si hay algo que valga la pena, y entre la propaganda del Champion y la del Spar, una hoja de papel amarillo con un platillo volante dibujado y en grande escrito algo sobre el fin del mundo.
- Hostia, qué miedo.
- Joder, ¡ya te digo! ¡Y más para mi madre!
Mari se ríe a carcajadas mientras sigue hablando, pero la mente de Cris ya está en otro lado, en su interior concretamente. Durante una décima de segundo le duele no poder estar ahí ni siquiera cuando su mejor amiga está a su lado, pero no puede evitarlo. Se siente ajena a todo y fuera de lugar en todas las situaciones. Cris suspira y una mueca de disgusto asoma a su cara. Si Mari se percata no da signos de haberlo hecho.

miércoles, diciembre 07, 2005

Llueve, gotea más bien. El agua repiquetea sobre el suelo de la plaza y Cris, desde su refugio en los porches del paseo, observa el banco donde ha quedado con sus amigas. Comprueba una vez más la cremallera de su chaqueta de manera mecánica y se aparta el pelo de la cara. Es uno de esos extraños momentos en los que es consciente de sus tics nerviosos y sonríe. Mira la calle desierta con ojos entrecerrados y suspira, sintiéndose relajada y extrañamente reconfortada. "Es la calle vacía", se dice, "la calle vacía pero aún viva". Cierra los ojos un segundo y se concentra en las bocinas de los coches, los ladridos de los perros, los gritos de personas, los ronroneos de los motores de coches, motos y furgonetas. Sonidos de ciudad que ella ya ha asumido como propios y que mezclados con el sordo tintineo de las gotas de agua sobre cemento, toldos y charcos parecen envolverla y enseñarle una armonía oculta dentro del ruido cotidiano. Cuando abre los ojos de repente está rodeada por gente, mucha gente que sale del porche y atraviesa la plaza corriendo, algunos encapuchados, otros abriendo el paraguas, otros encogidos en una cómica postura para intentar presentar la mínima superficie posible a la lluvia. Cris siente un súbito momento de pánico. Se ve inmersa en un mar de gente y piensa que cualquiera podría sorprenderla, que no puede mirar en todas las direcciones a la vez. Que las parkas y abrigos que se deslizan rozándola pueden pertenecer a cualquier persona. Una mano la roza y Cris da un respingo.
- Hola, chocho, ¿te he asustado?
Mari mira a su amiga desde dentro de su capucha, los ojos abiertos de par en par y la cabeza inclinada interrogante. Cris sonríe y suspira:
- No, estaba distraída.

miércoles, noviembre 30, 2005

La caída de la noche no es muy diferente para Cris. Hecha un ovillo en su cama llora sin saber por qué llora y recuerda todas y cada una de las escenas del día que acaba, repitiéndolas en su cabeza y pensando en qué podría haber hecho para cambiar el resultado. En qué podría haber hecho -Cris se admite en un momento de debilidad- para ser una más. Pasa la mano por las sábanas mojadas y se maldice a sí misma por ser tan débil, por no tener la fuerza necesaria para ser alguien de fuera del rebaño. Y en su interior sabe que haría casi cualquier cosa por serlo.

Lejos de allí una mujer madura abraza el vacío de una cama que de repente está mucho más fría de lo que ha estado en los últimos tres años, que poco a poco comienza a perder los aromas que la reconfortaban y que comienza a parecer una cama extraña, ajena, en error absurdo que no tiene pintas de solucionarse. Sus ojos rojos miran hacia la pared mientras risas y una voz susurrante por la que ella en su momento habría dado la vida resuenan dentro de su cabeza negándose a marcharse. Y en su interior sabe que haría casi cualquier cosa por que o se fueran o se quedaran para siempre.

La mariposa de Madagascar exhala su último suspiro, la cerilla de sus venticuatro horas de vida por fin extinguida.Y en un súbito rapto de consciencia de sí misma precipitado por la cercanía de la muerte se dice que haría casi cualquier cosa por vivir otras venticuatro horas más y libar de esa última flor de allá delante.

Con los ojillos cerrados y las patas cruzadas el rabo de José Luis tamborilea contra la alfombra mientras duerme inconsciente, despreocupado, feliz.

lunes, noviembre 28, 2005

A veces pienso que la idea de que todo en el mundo es cíclico es falsa. En ocasiones me parece meramente un consuelo espiritual reconfortante pero vacío, como lo fueron los dólmenes para los hombres de las cavernas o lo fue Jehová para los hombres de hace veinte siglos. Un mero placebo para curar nuestros miedos ante la absoluta incertidumbre que rige nuestra vida. "Todo mejorará, siempre mejora, no hay mal que cien años dure y en esos años todos calvos". Un concepto muy tentador que nos permite delimitar todo con suma facilidad. Arriba y abajo. Igual que delimitamos blanco y negro, dios y demonio, vida y muerte, normal y marica. Y darnos la vuelta, abrazar la almohada y dormir con tranquilidad.

Pero hoy no. Hoy pienso que existen esos ciclos, que realmente existen ondas dentro del caos, pero que son muchos ciclos a la vez, tantos que sólo llegamos a intuirlois en ocasiones. Hoy he visto una aparición de otro mundo mientras volvía de firmar el finiquito y de entregarme de vuelta a la incertidumbre, que me ha acogido de brazos abiertos como una madre acoge a un hijo que ha estado mucho tiempo en ese árido reino lejano al que llaman "estabilidad". Hoy me creo que a todo mal le sucede un bien.

Y aún así abrazo la almohada sin poder dormir.

viernes, noviembre 18, 2005

El aleteo de la mariposa tarda en llegar a mí varias horas, aproximadamente a las cuatro y media de la tarde, cuando estoy sentado en el asiento trasero de la furgoneta, a escasos metros del triángulo verde donde me dejan y recogen durante cada día de la semana. Exactamente en el momento en que el conductor decide ser cívico y detiene el vehículo al ver encendido el disco rojo del semáforo. Y allí, en ese espacio congelado en el tiempo y mecido por el ronroneo del motor, escudado de la fría tarde de invierno por el cristal y el metal de la furgo, dejo vagar mi aburrida mirada por la parada de bus del campus universitario mientras pienso en mis cosas. Mis dos o tres cosas. Y así, mientras la Graphium cyrnus se prepara para volver a batir sus alas, mis ojos se posan en una muchacha de pelo color zanahoria cortito y ojos azules que parece dejar vagar su mirada por la carrocería de la furgoneta. Y así, sin querer, de manera casual, sin siquiera pensarlo y mirando más mi reflejo que los ojos color cielo de la chica, mientras mis pensamientos en realidad se encuentran en el trabajo y no en la forma ovalada de su rostro, inclino la cabeza buscando instintivamente su mirada.

Y ella se da cuenta, y me sonríe. No aparta la mirada ni la mantiene sin saber qué hacer. No: ella sonríe. Una sonrisa amplia, alegre y traviesa, franca y sensual, sorprendida y confiada, que resplandece como un fogonazo pero que en lugar de dolerme me obliga a mirarla. Y pensamientos, mirada, mariposa y boca entreabierta se centran en esa aparición repentina.

La furgoneta arranca y la muchacha desaparece. En un segundo quiero gritar, quiero bajarme de la furgoneta y correr hacia la parada de autobús, pero no soy capaz. Me maldigo por no haber retenido más detalles de la aparición pero su cara es lo único que ocupa mi mente, quemada a fuego. El copiloto se gira y pregunta extrañado:
- ¿Qué pasa?
Sin apartar la mirada de la ventanilla respondo:
- Que me he enamorado.

viernes, noviembre 11, 2005

En el autobús nadie habla con Cris. Ella piensa que los temas de conversación son meras excusas para no decir realmente nada, así que evita prensa rosa, reality shows y líos de fin de semana, con lo cual se limita a clavar sus ojos en un punto de fuga entre la cuneta y la calzada. Cris a veces lee en el bus a Kafka, a Hesse, a Kierkegaard, a gente sesuda de nombres extraños y de cuyas páginas apenas extrae un diez por ciento del conocimiento que podría extraer pero que le hacen sentir que se encuentra unos cuantos dedos por encima de la gente que le rodea cada día. Cris no entiende realmente a la gente de su alrededor, pero sólo se fija en la manera en la que no la entienden a ella. Nadie se molesta en hablar con Cris en el autobús.

En mi furgoneta vuelvo a despejarme, creyendo haber soñado con una niña rubia a la que nunca he conocido y cuyo ceño fruncido se ha entrometido de manera inesperada en mis recuerdos. Me reclino sobre el sillón y veo el sol finalmente salir por entre los montes que rodean a la carretera.

Los fragmentos del amor de la mujer de Madrid repican contra el terrazo y estallan súbitamente en lágrimas, mientras dos manos blancas intentan esconder su cara del mundo exterior.

En los bosques galería de Madagascar, la Graphium cyrnus amarilla y negra bate sus alas y mira a su alrededor con lo más parecido que puede sentir a la confusión.

jueves, noviembre 10, 2005

Así es como empiezan muchos viajes, de manera casual, sin querer. Un paso en falso te mete en la corriente de aire equivocada y acabas lejos, en cualquier otro lugar, con cualquier otra persona, desnudo y con documentación falsa entre los dientes. El aleteo de las alas de una mariposa en Madagscar causa que el corazón de una mujer de Madrid estalle en mil pedazos, una astilla de corazón de una mujer de Madrid al chocar contra el suelo causa que una furgoneta coja un bache en una autopista del norte y un sueño se interrumpa. Y, de manera completamente casual, el traqueteo de la furgoneta tiene la misma cadencia que los muelles de una cama a muchos kilómetros de distancia mientras su ocupante se decide a hacerle caso al radio-despertador.


Cris se levanta despacio, como con dolor. Le cuesta abandonar su lecho y volver a incorporarse a ese mundo que tan poco la entiende. Tiene quince años y la vida comienza a parecerle un viaje hacia ningún lado. Las opciones la abruman, se siente incapaz de elegir entre tantas y tantas cosas que cada día aparecen ante ella o que al menos ella imagina que aparecen: cada mañana le parece una losa a su espalda, una nueva gota en el mar de confusion donde está sumergida desde que cumplió los trece. Cris se levanta y despega los ojos, intentando recuperar el equilibrio y comprender realmente dónde se encuentra, tanto puntualmente para no estrellarse contra el suelo de su habitación como globalmente para intentar encontrar su puesto en el mundo. Recuerda vagamente haber soñado con un hombre que hablaba con un perro, pero no está completamente segura y por tanto decide no anotarlo en su diario de sueños. Cuando se despeje un poco querrá gritar pero por ahora se limitará a arrastrar su pequeño cuerpo hasta el cuarto de baño, a mojarse la cara despacito, a musitarle tres palabras ininteligibles a su madre y hermano y a ponerse frente al bol de cereales que inexplicablemente cada mañana se encuentra presidiendo la mesa de la cocina. Y mientras abre el cartón de leche Cris -María Cristina para su madre, Cristy para las amigas del instituto, Krÿs para las paredes del barrio- piensa, imagina, crea, confunde, comienza a tejer una de sus interminables fantasías mientras su mente aún vaga entre sueño y vigilia.

Cris no sabe que la primera cucharada de copos de avena que ha entrado en su boca se ha convertido en el paso en falso que está a punto de desencadenar el inicio de su siguiente viaje.