lunes, octubre 31, 2005

De repente siento algo a mis pies. Aparto la vista del reloj digital de la farmacia y la dirijo de vuelta al suelo. Un perrillo se apoya sobre sus patas traseras, me mira fijamente como quien mira a una estatua o monumento y saca la lengua mientras mueve la cola. No puedo evitar que me asome una sonrisa a la cara, y quiero decirle al cachorrillo:
- Largo de aquí, bicho, déjame sólo con mi melodrama, ¿no ves que estás destrozando la escena y estás quitandole toda la gravedad que pudiera tener?
Pero el perro me sigue mirando, sigue sacando y metiendo la lengua y sigue agitando su pequeño rabo de lado a lado. Es un perro gracioso, de cuerpo pequeño y cara de chiste; no sabría decir la raza de mi visitante, que nunca se me dió muy bien lo de distinguir setter de collie o blanco de gitano. Le vuelvo a sonreir y pienso:
- ¿No puedes mirar hacia otro lado? Aquí no hay nada que ver. Será por gente interesante en la calle. Vale, a estas horas no es que haya mucha, pero cualquier violento de género o traficante de cocaína tiene bastante más historia que yo: vete a sacarle fotos a ellos, bicho, que aquí sólo tienes a un tipo extraño sin mucho que contar.

Continúo mi camino intentando ignorar al perro, pero este corretea a mi lado, mirándome con una curiosidad casi humana. "A mí lo que me gustan son los gatos, chucho, no tienes nada que ganar aquí". Pero el perro sigue a mi alrededor como un satélite borracho, dando brincos y soltando pequeños ladridos, por razones que no logro entender. "Como te acerques a la pernera de mi pantalón te enteras". Finalmente me detengo de nuevo y le miro:éel se detiene tambien y me devuelve la mirada. No parece un perro callejero e imagino que su dueño aparecerá en cualquier momento gritando su nombre: Fido, Toby, Bisbal o cualquier otra tontería de nombre que humille al pobre animal.
- Mira, José Luis, -digo esta vez en voz alta- lo nuestro no puede ser. Sé que en este breve espacio de tiempo me has cogido cariño, que crees que compartimos algún tipo de destino común, que lo nuestro va a ser eterno, pero...

Detengo mi monólogo cuando escucho un motor detrás de mí: el autobús parte dejándome en tierra. Giro la cabeza a tiempo de ver desaparecer la carrocería roja tras el cambio de rasante y suelto un improperio. Me giro hacia José Luis, que me mira con la cabeza ladeada hacia un lado como si se preguntara qué me pasa. Bueno, hay bastante peores razones para quedarse en tierra:
- Me pagarás el taxi al menos, ¿verdad?

domingo, octubre 30, 2005

- Date prisa o perderás el último autobús.
Me quedo mirándole fíjamente un segundo y despues me levanto lentamente. Somos las últimas personas que quedamos en el café y por la ventana ya únicamente brilla el alumbrado público. Dejo sobre la barra un billete de cinco euros y comienzo a ponerme la chaqueta. Musito una despedida y finalmente salgo a la calle, deteniéndome un segundo para absorber los últimos segundos de tarde. Sopla el viento suavemente y dos perros se ladran en un patio de luces; huele a húmedo, a ozono, a tierra mojada. Atravieso despistado uno de los jardines en dirección a la parada mientras miro al suelo. Los numerosos peatones que atraviesan el jardincillo han creado una senda sobre el cesped sobre la que reposa una capa de hojas de sauce amarillas que respetuosamente se apartan de cada una de mis pisadas. Mi cabeza ya ha entrado en modo especulación, en construir cómo podría haber sido mi última conversación.

- Date prisa o perderás el último autobús.
- Tienes razón. Siempre que me acabo retrasando acabo perdiendo el sitio. O más bien alguien acaba sentándose en mi plaza. ¿Crees que debería correr más, viejo amigo?
- No, creo que deberías simplemente empezar a andar cuando tienes que empezar a andar y dejar de asustarte por encontrarte con la gente que pueda robarte tu lugar. Que hay que luchar por los lugares, compañero, especialmente si tienen nombre de mujer.

La noche llega y yo camino sólo por la calle.

jueves, octubre 27, 2005

Te hace gracia mi expresión y me preguntas qué es para mí una noche naranja. Yo te respondo que muchas cosas.

Sentir tu cuerpo conocido enredado con el mío, nuestras temperaturas igualándose suavemente y nuestras respiraciones acompasándose. Saber cuándo vas a clavar sus dientes en mi cuello y qué figura va a dibujar la punta de tu lengua por mi cara. Saber qué vas a gemir cuando mi mano se meta bajo tu falda y mis delgados dedos comiencen a preguntar direcciones. Verte probar vestidos delante de mí, preguntándome cuál me gusta más sólo para lograr que te diga que me gustas más sin ninguno. Escucharte jugar conmigo y ver tu mirada traviesa clavada en mí y tu boca de niña guardar silencio mientras te abres como una flor. Desabrocharte el sujetador, deshojarte como a una margarita, pétalo a pétalo. Sentirme crecer, sentirme vivir, sentir tu momento de triunfo y sentirlo mío tambien. Jugar con tus pechos, con tus perfectos pechos, sin ninguna prisa, sabiendo cuál es tu punto débil y aprovechándome de ello sin compasión. Morder tus labios, sentir cómo tu lengua comienza guiando a la mía al interior de tu cueva y acaba finalmente rindiéndose tras largos minutos de combate. Ver tu cabello rizado envolviéndome como si fuese una selva y no querer encontrar la salida. Escuchar tu voz susurrándome ritos prohibidos mientras tus manos juguetean con mi barba y dejarme llevar por tus conjuros de encantadora. Buscarte, encontrarte, hablar contigo, pedirte que esta noche me dejes volverme un pedacito de tí. Sentirte temblar, ver tu pálida cara que siempre delata un cierto miedo, escucharte susurrar que no tenga prisa. Ver tus ojos, en todo momento tus ojos, hasta cuando hundo mi boca en tu nuca, hasta cuando echas el cuello hacia atrás e intentas acercar mi cara hasta tu pubis, hasta cuando duermes con tu cara enterrada en mi pecho... tus ojos.

Despertar con su piel de serpiente entre los dedos y con un cubito de hielo en la boca del estómago, y mirarte a tí, a la desconocida que me abraza, con sorpresa. Buscar de nuevo su cuerpo conocido en los cuerpos de otras personas.

Eso es una noche naranja.

martes, octubre 25, 2005

Y ahora que me he he despertado quiero saber quién le dio permiso al sol para pasar directamente de viernes a lunes, y quién alentó al amanecer para que se convertiera en promesa de nuevos anocheceres en vez de en ahuyentador de miedos. Quién dejó que me quedara dormido mientras pasaba la vida por delante de mi ventana, quién te animó a robarme la alegría y de paso el alma y algo suelto para tabaco y quién permitió que las enredaderas de la pared de enfrente ahogaran al nido de gorriones hasta hacerlo morir bajo capas de verde vida.

Rompen por sorpresa días en tierra de nadie, días de tránsito, días inesperados pero reconocibles, días que no son sino espacios entre noches. Días naranjas y grises donde llueve únicamente para que deje de hacer sol y dónde sale el sol únicamente para limpiar el cielo. Donde todo es sólo porque es y donde el pasado es tan semilla de futuro como lastre del presente.

Días donde la penumbra en la que amantes, ladrones y depredadores se refugian se extiende como humo a través de la tierra. Días donde la única luz que veo iluminando la mañana es la de mi propio corazón, y aún esta es únicamente la del piloto de stand-by. Y el cielo, el cielo del día nunca es del color que promete ser.

Días que abren y cierran ciclos, días de promesas y decepciones. Días lentos, días de aquel que quiera cogerlos.

Los días de nadie comienzan hoy