miércoles, noviembre 30, 2005

La caída de la noche no es muy diferente para Cris. Hecha un ovillo en su cama llora sin saber por qué llora y recuerda todas y cada una de las escenas del día que acaba, repitiéndolas en su cabeza y pensando en qué podría haber hecho para cambiar el resultado. En qué podría haber hecho -Cris se admite en un momento de debilidad- para ser una más. Pasa la mano por las sábanas mojadas y se maldice a sí misma por ser tan débil, por no tener la fuerza necesaria para ser alguien de fuera del rebaño. Y en su interior sabe que haría casi cualquier cosa por serlo.

Lejos de allí una mujer madura abraza el vacío de una cama que de repente está mucho más fría de lo que ha estado en los últimos tres años, que poco a poco comienza a perder los aromas que la reconfortaban y que comienza a parecer una cama extraña, ajena, en error absurdo que no tiene pintas de solucionarse. Sus ojos rojos miran hacia la pared mientras risas y una voz susurrante por la que ella en su momento habría dado la vida resuenan dentro de su cabeza negándose a marcharse. Y en su interior sabe que haría casi cualquier cosa por que o se fueran o se quedaran para siempre.

La mariposa de Madagascar exhala su último suspiro, la cerilla de sus venticuatro horas de vida por fin extinguida.Y en un súbito rapto de consciencia de sí misma precipitado por la cercanía de la muerte se dice que haría casi cualquier cosa por vivir otras venticuatro horas más y libar de esa última flor de allá delante.

Con los ojillos cerrados y las patas cruzadas el rabo de José Luis tamborilea contra la alfombra mientras duerme inconsciente, despreocupado, feliz.

lunes, noviembre 28, 2005

A veces pienso que la idea de que todo en el mundo es cíclico es falsa. En ocasiones me parece meramente un consuelo espiritual reconfortante pero vacío, como lo fueron los dólmenes para los hombres de las cavernas o lo fue Jehová para los hombres de hace veinte siglos. Un mero placebo para curar nuestros miedos ante la absoluta incertidumbre que rige nuestra vida. "Todo mejorará, siempre mejora, no hay mal que cien años dure y en esos años todos calvos". Un concepto muy tentador que nos permite delimitar todo con suma facilidad. Arriba y abajo. Igual que delimitamos blanco y negro, dios y demonio, vida y muerte, normal y marica. Y darnos la vuelta, abrazar la almohada y dormir con tranquilidad.

Pero hoy no. Hoy pienso que existen esos ciclos, que realmente existen ondas dentro del caos, pero que son muchos ciclos a la vez, tantos que sólo llegamos a intuirlois en ocasiones. Hoy he visto una aparición de otro mundo mientras volvía de firmar el finiquito y de entregarme de vuelta a la incertidumbre, que me ha acogido de brazos abiertos como una madre acoge a un hijo que ha estado mucho tiempo en ese árido reino lejano al que llaman "estabilidad". Hoy me creo que a todo mal le sucede un bien.

Y aún así abrazo la almohada sin poder dormir.

viernes, noviembre 18, 2005

El aleteo de la mariposa tarda en llegar a mí varias horas, aproximadamente a las cuatro y media de la tarde, cuando estoy sentado en el asiento trasero de la furgoneta, a escasos metros del triángulo verde donde me dejan y recogen durante cada día de la semana. Exactamente en el momento en que el conductor decide ser cívico y detiene el vehículo al ver encendido el disco rojo del semáforo. Y allí, en ese espacio congelado en el tiempo y mecido por el ronroneo del motor, escudado de la fría tarde de invierno por el cristal y el metal de la furgo, dejo vagar mi aburrida mirada por la parada de bus del campus universitario mientras pienso en mis cosas. Mis dos o tres cosas. Y así, mientras la Graphium cyrnus se prepara para volver a batir sus alas, mis ojos se posan en una muchacha de pelo color zanahoria cortito y ojos azules que parece dejar vagar su mirada por la carrocería de la furgoneta. Y así, sin querer, de manera casual, sin siquiera pensarlo y mirando más mi reflejo que los ojos color cielo de la chica, mientras mis pensamientos en realidad se encuentran en el trabajo y no en la forma ovalada de su rostro, inclino la cabeza buscando instintivamente su mirada.

Y ella se da cuenta, y me sonríe. No aparta la mirada ni la mantiene sin saber qué hacer. No: ella sonríe. Una sonrisa amplia, alegre y traviesa, franca y sensual, sorprendida y confiada, que resplandece como un fogonazo pero que en lugar de dolerme me obliga a mirarla. Y pensamientos, mirada, mariposa y boca entreabierta se centran en esa aparición repentina.

La furgoneta arranca y la muchacha desaparece. En un segundo quiero gritar, quiero bajarme de la furgoneta y correr hacia la parada de autobús, pero no soy capaz. Me maldigo por no haber retenido más detalles de la aparición pero su cara es lo único que ocupa mi mente, quemada a fuego. El copiloto se gira y pregunta extrañado:
- ¿Qué pasa?
Sin apartar la mirada de la ventanilla respondo:
- Que me he enamorado.

viernes, noviembre 11, 2005

En el autobús nadie habla con Cris. Ella piensa que los temas de conversación son meras excusas para no decir realmente nada, así que evita prensa rosa, reality shows y líos de fin de semana, con lo cual se limita a clavar sus ojos en un punto de fuga entre la cuneta y la calzada. Cris a veces lee en el bus a Kafka, a Hesse, a Kierkegaard, a gente sesuda de nombres extraños y de cuyas páginas apenas extrae un diez por ciento del conocimiento que podría extraer pero que le hacen sentir que se encuentra unos cuantos dedos por encima de la gente que le rodea cada día. Cris no entiende realmente a la gente de su alrededor, pero sólo se fija en la manera en la que no la entienden a ella. Nadie se molesta en hablar con Cris en el autobús.

En mi furgoneta vuelvo a despejarme, creyendo haber soñado con una niña rubia a la que nunca he conocido y cuyo ceño fruncido se ha entrometido de manera inesperada en mis recuerdos. Me reclino sobre el sillón y veo el sol finalmente salir por entre los montes que rodean a la carretera.

Los fragmentos del amor de la mujer de Madrid repican contra el terrazo y estallan súbitamente en lágrimas, mientras dos manos blancas intentan esconder su cara del mundo exterior.

En los bosques galería de Madagascar, la Graphium cyrnus amarilla y negra bate sus alas y mira a su alrededor con lo más parecido que puede sentir a la confusión.

jueves, noviembre 10, 2005

Así es como empiezan muchos viajes, de manera casual, sin querer. Un paso en falso te mete en la corriente de aire equivocada y acabas lejos, en cualquier otro lugar, con cualquier otra persona, desnudo y con documentación falsa entre los dientes. El aleteo de las alas de una mariposa en Madagscar causa que el corazón de una mujer de Madrid estalle en mil pedazos, una astilla de corazón de una mujer de Madrid al chocar contra el suelo causa que una furgoneta coja un bache en una autopista del norte y un sueño se interrumpa. Y, de manera completamente casual, el traqueteo de la furgoneta tiene la misma cadencia que los muelles de una cama a muchos kilómetros de distancia mientras su ocupante se decide a hacerle caso al radio-despertador.


Cris se levanta despacio, como con dolor. Le cuesta abandonar su lecho y volver a incorporarse a ese mundo que tan poco la entiende. Tiene quince años y la vida comienza a parecerle un viaje hacia ningún lado. Las opciones la abruman, se siente incapaz de elegir entre tantas y tantas cosas que cada día aparecen ante ella o que al menos ella imagina que aparecen: cada mañana le parece una losa a su espalda, una nueva gota en el mar de confusion donde está sumergida desde que cumplió los trece. Cris se levanta y despega los ojos, intentando recuperar el equilibrio y comprender realmente dónde se encuentra, tanto puntualmente para no estrellarse contra el suelo de su habitación como globalmente para intentar encontrar su puesto en el mundo. Recuerda vagamente haber soñado con un hombre que hablaba con un perro, pero no está completamente segura y por tanto decide no anotarlo en su diario de sueños. Cuando se despeje un poco querrá gritar pero por ahora se limitará a arrastrar su pequeño cuerpo hasta el cuarto de baño, a mojarse la cara despacito, a musitarle tres palabras ininteligibles a su madre y hermano y a ponerse frente al bol de cereales que inexplicablemente cada mañana se encuentra presidiendo la mesa de la cocina. Y mientras abre el cartón de leche Cris -María Cristina para su madre, Cristy para las amigas del instituto, Krÿs para las paredes del barrio- piensa, imagina, crea, confunde, comienza a tejer una de sus interminables fantasías mientras su mente aún vaga entre sueño y vigilia.

Cris no sabe que la primera cucharada de copos de avena que ha entrado en su boca se ha convertido en el paso en falso que está a punto de desencadenar el inicio de su siguiente viaje.

lunes, noviembre 07, 2005

- Bonita
Segundo.
- ¿Eso se lo vas diciendo a todas?
Sonrisa.
- A las que son bonitas sí. Y en serio sólo a tí.
Segundo y sonrisa.
- Qué cara más dura tienes.
Un momento. No ocurrió así. Ella se limitó a sacudir la cabeza y reirse. No dijo nada. Fui yo el que pregunté despues: "¿si te beso ahora vas a salir corriendo?".

Sacudida y despierto. El viento de mi sueño se transforma en el ronroneo del motor de la furgoneta y la lechosa luz de su cara se transforma en la oscuridad de las cinco de la mañana. Noto la mordedura helada que la mañana ha dejado en mi cara y comienzo a poner de nuevo los pies en la tierra. Me desperezo y miro por la ventanilla: me alejo del triángulo de hierba donde me han recogido segundo a segundo, metro a metro. Alguien me dice:
- Buenos días.
- Buenos días, tío. -respondo.

Algo me dice que el día de hoy va a ser largo y lleno de sueños.

miércoles, noviembre 02, 2005

Hay una ciudad del norte, bulliciosa y gris, donde parece que lloviera hasta cuando hace sol. Dentro de ella hay un cinturón industrial salpicado de chimeneas y humos que es como un cáncer, que se extiende de manera irregular y va creciendo por los lugares más inesperados. En este cinturón hay un barrio obrero de casas rojas, calles amplias y habitantes salvajes, y este barrio a su vez tiene una zona oeste prácticamente despoblada que ocupa todo el meandro del río, llena únicamente de descampados y de promesas de exposiciones universales. Una autopista cruza esta zona perpendicularmente atravesando el río y perdiéndose en el desierto, no sin que antes una salida se desgaje del tallo principal y desemboque entre los descampados. Y entre la autopista y la salida, hundido allá donde el progreso humano le ha dejado, un sorprendente triángulo verde y rojo, rebosante de vida. Y de rodillas sobre ese triángulo verde observo la cuneta, donde la hierba se ha abierto paso a través del asfalto y me da los buenos días.

Y allí, junto a esos cinco centímetros cuadrados de hierba, pienso en mí y en mi propio zoom.